La confesión por chat
Un párroco madrileño promueve la confesión por chat. Jorge González, de 50 años, es un internauta autodidacta.
En su quehacer diario en la parroquia Beata María Ana Mogas, frente a la urbanización Tres Olivos en Fuencarral (Madrid), el ordenador es una herramienta imprescindible para «todo el trabajo de oficina y la gestión y la contabilidad de la parroquia» -un edificio prefabricado con los días contados-, que como muchas otras en estos tiempos cuenta con su propio espacio en internet (www.archimadrid.es/beatamogas). «Los feligreses contactan conmigo a través de la web», afirma.
Todas las noches, dedica una hora y media a actualizar su «blog» y charlar amigablemente, vía «messenger», con colegas de profesión o con internautas desconocidos con los que contactó en un chat de internet. Ahora, éstos son ya amigos. «El chat me ha servido para conectar con mucha gente muy alejada de la Iglesia, algo que no es fácil», dice. Las personas le pedían consejo y él respondía con la palabra de Dios. Sin embargo, la labor de «escuchar» al prójimo en la red le desbordó por una velocísima promoción «boca a boca», y tuvo que dejar de entrar en el chat. «Me absorbía, me llevaba muchas horas», recuerda el sacerdote, quien continúa arropando a unos pocos elegidos desde la privacidad de la mensajería instantánea.
El mundo irreal de los chat
De las charlas en internet «han quedado en mi vida historias muy bonitas». Desde el acercamiento al mundo de los discapacitados físicos «para quienes el ordenador es media vida» -sostiene-, hasta conseguir sacar a flote la hundida vida de una chica, a la que ha casado hace unos meses. «He ayudado a algunas personas a retomar su vida con sensatez. El chat es un mundo muy irreal y muy rápido, los enfados y enamoramientos suceden en unos segundos», dice el sacerdote. La gente entra en los chat «para hacer amistad, pero hay mucho problema afectivo y se quiere algo más». Y añade: ahí es cuando surge, casi siempre, el problema. «No cambies tu vida real por la virtual», aconseja a aquellos que están dispuestos incluso a romper su familia por un escarceo amoroso virtual, en el que uno dispone de tan pocos datos como el sobrenombre (el «nick») y quizá una dirección de «e-mail» o «messenger». «Locuras de este tipo» que hayan salido bien no conoce; familias rotas por el chat, muchas; y paralelas, también. No hay sinceridad, le dice su experiencia de tres años chateando (el último de forma intensa), que ha plasmado en un libro titulado «Dios se encarnó en un chat». Con su relato intenta hacer reflexionar a la gente más cercana sobre ese mundo ficticio tan propio de las charlas virtuales.
Como contrapartida a ese lado del chat, el sacerdote se entusiasma cuando habla de las «preciosas e impresionantes» confesiones de algunos internautas. «El chat es muy interesante porque es un medio muy anónimo y muy privado. La gente se explaya y escribe cosas que quizá no contaría a su párroco porque le conoce». El cura sabe que el chat o la mensajería instantánea no son medios válidos para la confesión sacramental. Pero lo acepta en el aspecto de «abrir el corazón» y reconoce que sirve como un primer paso para una posterior confesión cara a cara en la iglesia.
Con su teléfono móvil «siempre encendido» (se agobia «si alquien me necesita y no me encuentra»), el tecnófilo cura se siente satisfecho con la abundante información religiosa albergada en la red (al día siguiente de su publicación se descargó el texto íntegro de la primera encíclica de Benedicto XVI), pero «son web para los que formamos la Iglesia»; echa en falta páginas web que lleguen a los no creyentes. Su «blog», el espacio con sus reflexiones, está abierto a los internautas. «Sólo quito los comentarios con insultos, no los críticos en buen tono» (http://spaces.msn.com/berbellin).
Fuente: IBLNEWS.COM